Corre hacia los amplios ventanales. Entra demasiada luz. Echa las cortinas. Se sienta en su silla y cierra los ojos. Se imagina cumpliendo su gran sueño: VOLAR, perdiéndose “en el viento sobre el trueno del mar”. Quien escuchara sus pensamientos, se escandalizaría. ¡Una princesa como ella en un ambiente tan mundano como el mar! ¡Menuda aberración! Pero nadie puede entrometerse en sus pensamientos y, soñando, puede viajar a cualquier lugar. Una tímida sonrisa se le asoma en su pálido y hermoso rostro. Al fin, abre los ojos y mira a su alrededor. Ve las sombras de los objetos, la oscuridad. Recuerda que sigue en palacio y siente una presión en el estómago.
Sale corriendo por los pasadizos secretos. Mirando con mil ojos cada esquina para que ninguno de los lacayos consigan descubrirla. Llega hasta el jardín. “Están tristes las flores por la flor de la corte”. Y es que, si la princesa no las cuida, no crecen con esa hermosura que las caracteriza. Y la princesa lleva mucho tiempo sin prestarles atención. Consigue dejar atrás el jardín y ve a lo lejos la salida del palacio. Ya casi puede tocar con la punta de los dedos los aires de la libertad. Pero, de repente, aparecen " los guardas y el dragón colosal". La miran de forma indiferente. En realidad, a ellos les da igual; pero tienen que ganarse el sueldo.
La princesa está triste. Se deja caer y rompe a llorar. Ya no puede más. ¿Cúando conseguirá volar “a la tierra donde un príncipe existe”? Cada día que pasa, la posibilidad se aleja más. La esperanza y la ilusión se van apagando. Al igual que la flor que se encuentra al lado de su silla de oro. O, incluso, como ya empiezan a hacerlo las flores de su jardín. Su hada madrina le vuelve a repetir: “hacia aquí se encamina el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos a encenderte los labios con un beso de amor”.