Anoche
no pude dormir bien. Muchos sueños horribles se mezclaron en una
misma noche... y todos estaban relacionados contigo. Soñé que ya no
me querías, que mi sola presencia te resultaba insoportable. Que
aparecías ante mí con otra, como para hacerme entender que yo no
estaba ni siquiera a la altura de ella. Al principio decías que solo
era tu amiga, pero ella no te trataba así; y tú te dejabas. Yo
intentaba hablar contigo, hacerte ver que eso no era una amistad
corriente. Como para responderme, ella se atrevió a abrazarte. Y tú
no la apartaste. Pero lo que más me dolía era tu pasotismo; ni
siquiera te dignabas a mirarme. Tú, precisamente tú, que desde que
me conoces te gusta observarme detenidamente de una forma cercana a
la adoración.
Aún
sin darme cuenta de que eso no estaba sucediendo, de que en realidad
yo estaba dando vueltas y vueltas en la cama, a unos pocos kilómetros
de distancia de ti, di un salto en el tiempo y en el espacio. Estaba
en nuestro banco, donde solemos quedar, y tú aparecías. Yo,
nerviosa, me levantaba rápido e intentaba acortar los pasos que aún
nos separaban. Te sonreía, claramente nerviosa por la excitación de
volver a verte... pero tú pasabas de largo. En esta ocasión me
mirabas de reojo al pasar por mi lado, pero con cierta expresión de
desconcierto. No me conocías. No te acordabas de mí.
Incluso
era peor. Yo seguía obsesionada con mi pasado, con un hombre que
nunca ha merecido ni siquiera mi pensamiento. Alguien que nunca me
mereció. Que no te llega ni a la suela de zapato porque no sabe lo
que es en realidad el amor. Que no supo tratarme ni una ínfima parte
de como tú lo haces.
Y
entonces me dí cuenta de lo más terrible. Vivíamos en un mundo en
el que tú y yo éramos dos personas que nunca se habían conocido.
Darme cuenta de eso me hizo un nudo en el estómago. Sentí arcadas y
ganas de llorar, pero las lágrimas estaban atascadas...
Hasta
que por fin me he despertado.