Algo innegable está ocurriendo en mi interior. Un
sentimiento totalmente nuevo embarga mi alma. A veces (la mayoría de las
veces), me asusta. Otras, lo veo como una sensación extraordinaria que hace que
tenga dibujada una sonrisa de oreja a oreja en la cara todo el día.
Creo que te quiero. Bueno, sé que te quiero, pero no
sé si eso ha conseguido transformarse en amor. ¿Te amo? No, claro que no. Esa
es una palabra demasiado fuerte que no sé si he logrado experimentar alguna vez
en mi vida.
Entonces, ¿qué me ocurre? ¿Por qué sueño con estar
contigo todo el tiempo? Siento que te tengo, que solo necesitas tiempo pero, a
la vez, una sensación de desasosiego me recorre el cuerpo cuando no das señales
de vida o cuando tus respuestas son demasiado evasivas o cortantes.
No, me niego a pensar que eres como los demás. Tú no.
Me has demostrado que te importo, que disfrutas tanto como yo cuando
nos vemos, que las horas pasan volando siempre que estamos juntos. Y que
cuantas más horas permaneces a mi lado, más necesidad tenemos el uno del otro.
Puede que tengas miedo, temor a no
saber controlar lo que puedes estar sintiendo. No, no me tengas miedo. Soy yo. Soy esa persona que no puede dejar de
mirarte embobada, que no para de reír cuando le gastas alguna de tus ingeniosas
bromas, que siente un escalofrío por el cuerpo cuando le rozas levemente (¿sin
querer?), que se derrite cuando le dedicas una de tus encantadoras sonrisas
picaronas, que le gusta que le hagas fotos que ella no te ha pedido y que
guardas celosamente en tu álbum, que disfruta cuando te metes con ella solo
para incitarla, que siente latir fuertemente el corazón cuando una sola palabra
de cariño sale de tu boca o la inmortalizas por escrito. Ella te conoce y
valora la importancia que tiene que lo hagas: eso no se lo dices a cualquiera.
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