Yo ya te he visto. En el fondo, te conozco desde
siempre. Aunque admito que no me había dado cuenta hasta el día en que nos
presentaron.
Me llevas siguiendo toda la vida. Me persigues
cuando salgo de casa, te cruzas conmigo por la calle a diario, me has pillado
alguna vez mirándote sin mucha atención, veo tu sonrisa o tus ojos me han
cautivado sin proponérmelo incluso cuando es a otros a los que le dedicas tu
atención.
En el parque también te he visto, con tus amigos.
Te he observado en el metro, en el tren o en el autobús. En el instituto, en la
universidad, en el trabajo… siempre pululabas por ahí, muy cerca de mí.
Disimulabas distraído sacándote un café en la
máquina del pasillo o un refresco… también una bolsa de patatas. A veces me
regalabas un “hola” casi sin mirarme. Puede que incluso te haya visto con otra…
con otras; pero en esa época aún no nos habían presentado.
Y es que el día en el que hablamos por primera vez,
a solas, me di cuenta de que el destino me estaba poniendo señales
constantemente por el camino. He convivido con tus ojos en otras personas, tu
sonrisa, tu voz, tu olor, tus manos, tu barbilla, tu nariz, tu altura, tu
complexión. Tu sentido del humor, tu ironía, tu inteligencia. Tu ciudad de
procedencia, tu edad, tus gustos, tus amigos. Y todo eso siempre visto en
personas diferentes que se cruzaban en la rutina de mi día a día prácticamente
desde que tengo uso de razón.
Puede que eso sea una prueba de lo importante que
eres… y tienes que ser en mi vida.
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