La melancolía es esa maravillosa horrible sensación
de recordar lo que una vez viviste. Esa gran experiencia del pasado que te
ayuda a ser mejor persona en el presente, a madurar en el futuro…
Pero la añoranza hace que ese nudo que se te
atraganta en el estómago forme ya parte de ti. Un nudo que se acrecienta cuando
regresas a esos “lugares, trabajos, personas”… familia. Porque lo mejor de las
vacaciones es volver con los tuyos, visitar a los que un día no muy lejano
formaron parte de tu vida y contribuyeron a que fuera una de las etapas más
bonitas (por el momento)... Y comprobar que para ellos sigues estando muy
presente, en su recuerdo, que te nombran casi a diario y que te tienen casi
tanto cariño como el que tú les tienes a ellos. Y, por unos minutos, vuelves a
sentir como si el tiempo no hubiera pasado y como si nunca te hubieras ido.
Pero la despedida llega de nuevo, con una sensación
menos desalentadora por comprobar lo mucho que te estiman… un cariño
correspondido que se mantiene. Y tienes a tu familia para celebrar ese
reencuentro, disfrutas de unas horas preciosas, como nunca antes habías vivido.
Ríes, lloras de emoción, te abrazas y te besas con los tuyos, disfrutas de sus
sonrisas y de su alegría… Porque, como diría Toulouse-Lautrec en la película ‘Moulin
Rouge’, “lo mejor que te puede suceder en la vida es que ames y seas
correspondido”.
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