¡Qué
miedo da la felicidad! Mucho, mucho miedo. Te acercas a ella de puntillas, como
si estuviera dormida y no quisieses molestarla, no vaya a ser que tenga un mal
despertar.
La
miras y la ves tan hermosa… “¿Dónde has estado toda mi vida? ¿Por qué estabas
tan escondida?”, te gustaría preguntarle. Pero no te atreves a hablarle, no
vaya a ser que la respuesta no te guste.
Porque
tú siempre la has deseado pero, ahora que la tienes cerca, no sabes lo que
pensará de ti. ¿Y si es un amor no correspondido? ¿Y si incluso me aborreciera?
¿Y si yo fuera otra de sus conquistas pasajeras? La simple idea te hace un nudo
en el estómago y te da un gran vuelco el corazón. Respiras hondo, buscando oxígeno,
y notas lo mucho que te cuesta encontrarlo de nuevo.
Porque
la felicidad es más difícil alcanzarla cuando ya la conoces. Antes solo la veías
como una utopía, algo con lo que soñabas para dar a tus días un sentido. Porque
siempre hay que tener una meta en la vida, algo con lo que entretenerla, aunque
solo sea en tu imaginación. Y así también le dabas algo de picante a tu
existencia. Pero el amor duele, duele tanto… porque sabes que ahora sí que
tienes algo que perder. Y esa es una de las peores sensaciones que te pueden
pasar.
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