Siento tu presencia, aunque no estés aquí. Tu olor
me persigue por todos los rincones y me giro, muy de vez en cuando, para
asegurarme de que no eres tú. Tu nombre se repite constantemente: en las
series, películas, programas, en la calle… todo me recuerda a ti.
El sonido de tu risa hace que yo también sea feliz.
El recuerdo de tu voz me acaricia cuando me siento sola, en mis momentos más íntimos,
o simplemente cuando te necesito a mi lado. En cualquier situación que me
ocurre en mi rutina diaria intento imaginar cómo actuarías tú, qué me dirías,
cuál sería tu comentario jocoso o tu consejo inteligente.
Siento tus manos, alrededor de mi cuerpo. Tus
brazos tan protectores en los que estoy tan segura y protegida. Me abrazan
fuerte y yo también lo hago, esperando con ese gesto hacer que el momento se
haga inmortal y que la sensación tan placentera nunca desaparezca.
Me encantan tus ojos porque cambian de color
dependiendo de la luz que tengan a su alredor. Me gusta muchísimo verlos cómo
son de traviesos, que no paran quietos intentando captar todo lo que ocurre.
También tengo gustos nuevos. Adoro los silencios
cuando te tengo conmigo. Las palabras, a veces, están de más, y eso es algo que
he aprendido contigo. Es hermoso disfrutar de una puesta de sol, de una noche
estrellada, de una fuente iluminada, de una brisa ligera que te deja respirar,
de un paseo a la orilla del río, mirando el resplandor del agua, observar el
cambio de colores que la naturaleza te ofrece… pero, sobre todo, es hermoso
porque lo hago estando contigo. Y sé, aunque no me lo digas, que tú también
sientes lo mismo.
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