Intento hacer memoria y no recuerdo la primera vez que lo vi, ni lo que pensé de él, ni lo que sentí al verle. Supongo que eso quiere decir que para mí simplemente era una persona más, como cualquiera con la que te cruzas por la calle y no le das importancia. Muchas veces después de conocernos he intentado pensar, me he estrujado la cabeza pretendiendo recordar cuándo fue la primera vez que nos vimos, si nos miramos o si ni siquiera nos dimos cuenta de nuestra mutua presencia. Ahora solamente tengo ráfagas, momentos en los que lo vi con sus amigos, riendo, bailando, bebiendo en un bar o en una discoteca. Cuando pienso en esos momentos me gustaría mirar a ese chico y decirle: “tú y yo terminaremos estando juntos”. Seguro que se hubiera reído. Y ya no sólo porque todavía no nos habíamos ni dirigido la palabra, sino porque era algo absurdo. Él y yo. No había nada en lo que pudiéramos fijarnos el uno en el otro.
Pero llegó el momento. El principio de todo. Una de las noches más importantes de mi vida. Esto también es algo absurdo si tenemos en cuenta que, como en ese momento no significó nada para mí, no tengo recuerdos sólidos de ese encuentro. La primera vez que hablamos. No recuerdo el motivo por el que me habló, y él se acuerda de las cosas mucho menos que yo. Ya sabes cómo es. Creo que fue por culpa de un amigo común con el que me puse a conversar. Él se metió por el medio y dijo algo que no recuerdo en absoluto. Seguro que no tiene importancia lo que dijo. Lo que realmente es importante es lo que sentí en ese momento. “Ya está el típico chulito que necesita oírse a sí mismo y comprobar lo simpático y gracioso que es”.
A partir de entonces coincidimos mucho más en las fiestas. Cada vez que me veía no paraba de hacer malabarismos: que te invito a una copa por aquí, que te acompaño a casa por allá, que nos vemos el sábado que viene… y una fuerza sobrenatural en mí fue cambiando. “No entiendo cómo me puede caer bien el payaso éste”, era lo que pensaba.
Pero mi lucha interna no podía ser eterna. Terminé reconociendo que lo había conseguido. Que al final, tanto como le repetí la frase “si piensas que conmigo van a funcionar tus jueguecitos de seducción lo llevas claro”, se había vuelto contra mí. No sólo habían funcionado, sino que me pasaba la semana entera contando los minutos que faltaban para volver a verlo, rememorando cada frase y cada broma que nos habíamos intercambiado. El resto de la historia, ya lo sabes, hijo mío. Tu padre y yo te la hemos contado mil veces. Cómo empezamos a salir, cómo nos casamos, cómo te tuvimos… pero nunca te había contado que antes de tomar la decisión de estar juntos, di muchas vueltas y mareé mucho a tu padre. Creía que cuando apareciera el hombre de mi vida una señal me revelaría quién era. Que el mundo entero se pararía y solamente el hombre que siguiera en movimiento sería el mío. Pensaba que sonaría una música de fondo que me ayudaría a adivinar que por fin lo había encontrado. No me imaginaba que mi príncipe azul tan sólo se encontraba cada sábado a un par de metros de distancia, esperando a que se diera la situación adecuada para entrar en mi vida y ponerla patas arriba.
Pero llegó el momento. El principio de todo. Una de las noches más importantes de mi vida. Esto también es algo absurdo si tenemos en cuenta que, como en ese momento no significó nada para mí, no tengo recuerdos sólidos de ese encuentro. La primera vez que hablamos. No recuerdo el motivo por el que me habló, y él se acuerda de las cosas mucho menos que yo. Ya sabes cómo es. Creo que fue por culpa de un amigo común con el que me puse a conversar. Él se metió por el medio y dijo algo que no recuerdo en absoluto. Seguro que no tiene importancia lo que dijo. Lo que realmente es importante es lo que sentí en ese momento. “Ya está el típico chulito que necesita oírse a sí mismo y comprobar lo simpático y gracioso que es”.
A partir de entonces coincidimos mucho más en las fiestas. Cada vez que me veía no paraba de hacer malabarismos: que te invito a una copa por aquí, que te acompaño a casa por allá, que nos vemos el sábado que viene… y una fuerza sobrenatural en mí fue cambiando. “No entiendo cómo me puede caer bien el payaso éste”, era lo que pensaba.
Pero mi lucha interna no podía ser eterna. Terminé reconociendo que lo había conseguido. Que al final, tanto como le repetí la frase “si piensas que conmigo van a funcionar tus jueguecitos de seducción lo llevas claro”, se había vuelto contra mí. No sólo habían funcionado, sino que me pasaba la semana entera contando los minutos que faltaban para volver a verlo, rememorando cada frase y cada broma que nos habíamos intercambiado. El resto de la historia, ya lo sabes, hijo mío. Tu padre y yo te la hemos contado mil veces. Cómo empezamos a salir, cómo nos casamos, cómo te tuvimos… pero nunca te había contado que antes de tomar la decisión de estar juntos, di muchas vueltas y mareé mucho a tu padre. Creía que cuando apareciera el hombre de mi vida una señal me revelaría quién era. Que el mundo entero se pararía y solamente el hombre que siguiera en movimiento sería el mío. Pensaba que sonaría una música de fondo que me ayudaría a adivinar que por fin lo había encontrado. No me imaginaba que mi príncipe azul tan sólo se encontraba cada sábado a un par de metros de distancia, esperando a que se diera la situación adecuada para entrar en mi vida y ponerla patas arriba.
5 comentarios:
Enhorabuena por tu magnífica entrada. No tengo palabras para calificarla.
¡Qué bonita!.
Efectivamente tienes toda la razón del mundo.
Nunca pensamos que el hombre que hemos conocido será la persona que comparta nuestra vida. Siempre estamos esperando y conforme conocemos a personas creemos que son pasajeras.
Quizás porque esperamos algo mejor, nos parece poco lo que tenemos cerca.
Un beso
CONCEDIDO sunshine award wapa
pasa por el blog de
http://cuartadimensionpurpura.blogspot.com/
un besoooooooote!! Y estupenda la entrada
a veces las cosas suceden cuando menos te lo esperas
Ei...!.
Siiiiiiiiiiiiiii...!!!!!.
Mi escritoria de historias favorita ha vuelto.
Chapeau, mademoiselle!.
Linda: las cosas te llegan cuando no las buscas, cuando menos lo esperas. Son como ese coche alocado que pasa casi rozándote cuando tú estás tan tranquila cruzando por tu paso de cebra.
Lidl: sí, exacto. Cuando menos lo esperas. Me alegro de que te guste
Parapaniplajo: jajaja. Gracias :)
Muchas gracias a todos por comentar. Un placer, como siempre
me encanta tu blog. Es muy creativo. Si te interesa visitar mi blog:
http://marinbambu.blogspot.com
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