"Todos los LUNES compartiendo mis sueños y pensamientos contigo"

jueves, 1 de noviembre de 2012

ADICCIONES


Algo irrefrenable te impulsa a actuar de ese modo, la razón se nubla y la ansiedad invade tu vida. Todo es calma y paz pero, a la vez, gris y sin brillo. Emociones fuertes son invocadas por tu espíritu asalvajado. Una piedra en el camino, caer y sentirse humillado al notar el sabor de la sangre por tu labio partido, no consiguen detenerte. No hay marcha atrás para evitar el caos. El delirio es tan fuerte que el daño que te has hecho al caer apenas lo notas, estás demasiado exaltado como para reaccionar. Te envalentonas y atacas; o, mejor dicho, te dejas invadir por “el mono”. Sabes lo que es la droga, lo nociva que resulta, pero lo que no podías imaginar hasta ahora es que el placer que te produce al tomarla pueda ser tan intenso como para nublarte el pensamiento. Y poco a poco comprendes lo que son las adicciones: no tener fuerzas para vivir sin algo dañino para tu salud. Las más conocidas son las adicciones a las sustancias, al alcohol, al juego… pero algunas no tienen un tratamiento especializado para ayudar a tu desintoxicación. La adicción a una persona, alguien que consigue hacerte creer que estás en las nubes nada más conseguirlo. Una sensación tan plena que ninguna otra persona puede conseguir que se sienta. Pero los efectos pasan y de “estar en todo lo alto” se cae estrepitosamente a un abismo hostil donde solo hay desesperación, arrepentimiento y un íntimo porcentaje de lucidez que hace que uno vea que necesita ayuda para la desintoxicación. Pero esa lucidez flaquea ante el innegable poder de la abstinencia y sus efectos contraproducentes.   

viernes, 19 de octubre de 2012

EL BESO



Recorriste miles de kilómetros, cruzaste el mar… y todo sólo por encontrarte con él. Fuiste a su encuentro porque la espera estaba siendo agotadora, interminables. Cuando quedasteis, la ansiedad tuya fue a peor: no veías el momento de volver a estar con él y los minutos y horas pasaban demasiado despacio, como a cámara lenta.

Al final, llegó la hora y, mientras te dirigías al lugar en donde habías quedado, a unos 50 metros de distancia, lo viste: él ya estaba allí. Lo veías, en apariencia, impaciente, mirando de un lado a otro y paseando de izquierda a derecha, porque no conseguía quedarse quieto. Cuando te vio, su sonrisa hizo que te derritieras y tropezaste con el escalón porque ni siquiera lo notaste. En ese instante, todo lo existente a tu alrededor se había desvanecido y sólo quedabais él y tú, tú y él.

Cuando llegaste, sin embargo, la desilusión te inundó. Te preguntó que cómo estabas y comenzasteis a andar mientras él dejaba siempre una distancia de seguridad de medio metro aproximadamente. “¿Ni siquiera un beso?”, pensaste. Un beso en la mejilla o los dos besos formales que se suelen dar, no pedías demasiado. Era lo normal ya no sólo entre amigos, sino también entre personas conocidas.

Pero él siguió caminando y hablando, ajeno a las dudas que te mostraba por su distancia física por no haber querido ni tocarte, como si tuvieras algo contagioso. Tu cara se ensombreció tanto que hasta él lo notó y, pensando que estabas enferma, te invitó a que os sentaseis en un banco.

Sin que él se diese cuenta, al sentaros rompió con esa distancia que él increíblemente había puesto y notabas, al estar sentados, tu muslo pegado al suyo. Eso te relajó y empezaste a intervenir en la conversación de forma mucho más activa. Poco a poco, a él le gustó tanto tu cambio que comenzó a “regalarte” muestras de afecto acompañando su risa con un ligero apretón en tu brazo, por ejemplo, o dándote una palmadita inocente en la pierna. Era como si cada frase que le decías fuesen pruebas o preguntas de un examen que ibas contestando y superando. Hasta que llegó el contacto más inesperado: un abrazo.

Aprovechaste la ocasión para tocarlo tú también a él y sentir su espalda al apretarlo fuerte. Cuando el abrazó terminó y, a tu pesar, tuvisteis que separaros, no te diste cuenta de que era su boca la que se quedaba a escasos centímetros de la tuya. Y, como él sí que se fijó en esa proximidad, fue así como llegó el contacto definitivo, el del sobresaliente. Vuestros labios se fusionaron y sentiste cómo una descarga eléctrica te recorría todo tu cuerpo. Cuando introdujo su lengua dentro de tu boca, creíste enloquecer de placer y con una mano le agarraste la cabeza como si quisieses evitar que se fuera y conseguir así que vuestro beso fuese mucho más intenso y profundo. Le acariciaste la cara y el cuello porque querías aprenderte de memoria cómo son al tacto. Él, mientras, te agarró de la cintura con una mano y con la otra te acariciaba la espalda, de forma tan tierna y dulce que pensaste que querías quedarte así para siempre, como si fueseis siameses que no se pueden despegar el uno del otro.

Pero el sonido del móvil rompió la magia del momento. Odiaste tanto al teléfono que pensaste que lo tirarías a la basura en cuanto tuvieras la oportunidad o, al menos, cambiarías la melodía de las llamadas. Sabías que, al final, la segunda opción sería la más coherente y correcta.

Al otro lado del teléfono te avisaban de que ya era hora de volver a casa y él decidió acompañarte. Y volviste a recorrer miles de kilómetros y cruzar el mar. Aunque, en esta ocasión, con el sabor de su beso aún quemándote con tanto gusto en tu boca.

lunes, 18 de junio de 2012

ESCRIBIENDO LO QUE NO RECUERDO


La belleza de la lectura de un libro no está solo en lo identificado que puedas sentirte, en las emociones que te transmita, en el “viaje” que consiga que hagas a través de sus historias, ni incluso en el “amor” que te generen esos personajes que, aunque solo producto de un papel, consiguen formar parte de tu vida… aunque todo esto ya de por sí es mucho, un libro no es solo eso. Depende de la temática de lo que leas, incluso puede servirte para aprender, querer cambiar o replantearte cosas. Puede ser el punto determinante para que digas “yo también voy a hacer eso”.

Ahora, en mi libro el personaje protagonista es una mujer que escribe. Cuenta a diario las cosas que le ocurren, las sensaciones que esto le crea y, en cuanto puede escaparse, corre hacia su cuaderno a escribirlo todo, absolutamente todo, para que al día siguiente, cuando su amnesia haga que se le hayan olvidado todos los recuerdos, ella pueda revivirlos a través de ella misma, a través de su testimonio escrito.

Por suerte, yo no tengo amnesia, sé que cuando mañana despierte recordaré este momento, aquí sentada junto al ordenador, con la televisión de fondo… pero todos olvidamos esas cosas a las que consideramos “detalles sin importancia”. Mañana sé que recordaré este momento, pero puede que no recuerde el programa que daban en la tele, la hora que era, el que aún estaba con los restos de la cena en la mesa, que me había dejado la luz de la cocina encendida y que todavía conservaba el regusto del zumo en mi garganta. Todos estos detalles desaparecen, un día tras otro, porque nuestra mente necesita aprovechar el sueño para renovar, para reciclar y borrar esos recuerdos que considera prescindibles para que nuestro disco duro no se llene y poder seguir generando recuerdos, enseñanzas, vivencias… y que todo aquello que consideramos importante en nuestra vida quede en nuestra mente en primer lugar, de manera indestructible.

Pero ¿la escritura? ¿No es precisamente el testimonio escrito lo que puede conseguir que ni el más mínimo detalle se borre? Elegir, por ejemplo, un día excepcional, único, increíblemente maravilloso de tu vida, y escribirlo, escribir lo que sientes durante esa jornada, los detalles, los acontecimientos, las personas, los paisajes… todo, absolutamente todo, que sirva como testigos de ese día excepcional, de que un paseo por el parque, por ejemplo, no es solo pasear, sino observar a tu alrededor, si te sentías relajada, tensa, en paz, con frío, con calor, si había ruido, si había gente… todo, absolutamente todo. Cosas de las que en ese momento eres consciente y que luego, simplemente, desaparecen. ¿Y si un día, aunque sea dentro de unas semanas o unos meses, esos detalles que deseaste no guardar fueran importantes y necesitaras recordarlos? Un cuaderno, un diario, o cualquier otro tipo de testimonio escrito podrían ayudarte.

martes, 5 de junio de 2012

EL ESCONDITE PERFECTO


“La soledad es algo con lo que tienes que aprender a convivir. Al fin y al cabo, lo único que tenemos claro en esta vida es que la única persona con la que estarás el resto de tu vida 24 horas al día es contigo misma”. Alguien, hace tiempo, me dijo eso una vez. Un día en el que llegué a sentirme tan sola, que pasé miedo. Sus palabras no me aliviaron, pero no las he olvidado. Sobre todo últimamente, cuando en mis pocos ratos de tiempo libre la soledad me golpea tan fuerte que siento dificultad hasta para respirar.

Por casualidad, paseando para tratar de espantar estas sensaciones, hoy he encontrado un lugar. Un sitio donde poder sentarme, respirar hondo, observar lo que me rodea. El desasosiego lentamente va disminuyendo, a la vez que la claridad del sol desaparece poco a poco, mientras busca unas montañas el horizonte para ocultarse. Es extraño sentir paz en un lugar rodeado por la carretera, en un mirador donde es imposible no encontrar a gente solitaria como tú, a alguna pareja o a un grupito de amigos. Pero aquí a todos nos une lo mismo: todos sentimos la misma necesidad de paz y hasta las personas que vienen acompañadas callan o hablan bajito, despacio, con calma. Los pájaros cantan como si quisieran poner banda sonora a este paisaje o para facilitar un ambiente mucho más melancólico. Sí, es paz. Un escondite donde escapar de tu mundo y tu realidad: LA REALIDAD.

Sé que tengo que marcharme, hay cosas que hacer, pero no quiero. No puedo moverme. No sé lo que sentiré cuando me levante, cuando salga de mi escondite y me descubran. Y no quiero averiguarlo. Respiro hondo, muy hondo, y el fresco del atardecer me golpea como un soplo de aire que intentara renovarme. No, no quiero irme. Algo me sujeta al banco, algo que no deja que me mueva. Siento un ligero adormecimiento, una sensación placentera me recorre entera. Siento mi cuerpo relajado. ¿Cuánto tiempo podría estar así? ¿Cuántas horas? Pero no, ya es tarde y tengo que irme pero… ¿a dónde?

El viento me ha dejado los brazos congelados y estoy tan relajada y me siento tan tranquila que creo que puedo quedarme dormida como no me mueva. Lo mejor será que me vaya. Puedo irme en paz, feliz y contenta… ya tengo un lugar donde esconderme, un sitio en el cual puedo ocultarme de mí misma.

domingo, 4 de marzo de 2012

VIAJANDO EN EL METRO

Algo irrefrenable me impulsa a escribir estas líneas. Necesito el desahogo que simplemente lo da un bolígrafo rozando un papel.

Nunca antes me había sentido tan saturada. Y eso que soy una persona que da lo mejor de sí cuando siente que “le pilla el toro”. Pero en esta ocasión creo que ya he llegado a límites insospechados. Me siento otra persona. Me he acostumbrado tanto a estar ocupada que he dejado de lado mis pensamientos, mis reflexiones interiores. Aunque no sé si esto es algo que me asusta o que me agrada. Puede que las dos cosas. A lo mejor me he cansado de darle tantas vueltas a las cosas: a lo que me pasa y me deja de pasar, a lo que hago y no hago, a esa pregunta que me martillea en constantes ocasiones y que no puedo nunca dejar de lado: “¿POR QUÉ?”.

Mil y un pensamientos me vienen a la mente en el único espacio de tiempo que he encontrado esta semana para sacarlos a la luz. Por eso, salen desordenados y sin ningún tipo de coherencia. Llevan tanto tiempo encerrados en mi interior que ahora salen y no saben hacia dónde dirigirse.

Hoy, en mi regreso a casa tras una dura jornada, llega mi momento de desconexión y “mis aliados” me han dejado en la estacada: mi mp3 se ha quedado sin batería, el libro que estoy leyendo lo tengo en casa, he olvidado traer el periódico, el móvil necesita cobertura para poder meterme a Internet… y de momento encuentro mi cuaderno… y un boli. “¿Seré capaz de escribir algo con sentido?”. “No lo sé, tendré que intentarlo”… Y empiezo a escribir sin parar.




“Próxima estación: Avenida de América”. ¡Estupendo! ¡Ya solo queda mitad de camino!. Pero no se aún si he conseguido lo que quería…

Sí, puede que sí. Últimamente he tenido que leer más libros y eso ha conseguido que mi imaginación despierte. Vuelvo otra vez, después de tanto tiempo, a levantar la vista y observar a la gente que me rodea. ¡Mira, la mujer de enfrente sí que tiene un periódico… la de al lado lee su móvil, el chico de más allá está absorto en sus pensamientos… ¿Cómo serán? Puede que estas personas tengan en común conmigo más de lo que nos imaginamos (bueno, mejor dicho, ME imagino), o que alguna vez también les pasen por la cabeza ideas tan estrambóticas como las mías. El chico se baja en Serrano. Ya queda menos. Esto de tener que hacerse la línea de metro entera es insufrible. Empiezo a marearme. Más gente entra, “súper-mega-chicas”, o sea, que hablan de sus “súper-cosas” (a veces, me gustaría tener sus mismos problemas banales)…


Argüelles. ¡Por fin! Cenita rápida, hacer la comida de mañana lo antes posible y a la cama. Con un poco de suerte esta noche tengo sueños bonitos.

miércoles, 29 de febrero de 2012

CARTA A UN EX (con el estilo de Tom Wolfe)

Querido ex amor:

Te escribo esta carta porque quiero que sepas que ya no te guardo rencor, ocurrieron muchas cosas entre nosotros que es mejor olvidar… pero también vivimos experiencias inolvidables y nos amamos intensamente como si estuviésemos diagnosticados de enfermedad terminal y fueran los últimos meses de nuestra vida… Siete meses mágicos e intensos que nunca olvidaré, pero de los que tampoco me arrepiento de haberles puesto fin. Tú por tu lado y yo por el mío... Estamos mucho mejor así porque somos demasiado diferentes como para poder seguir juntos. Es como intentar mezclar aceite y agua…. ¡im-po-siiiiiiii-ble!

Bum-bum, bum-bum, bum-bum… mi corazón palpita dislocado únicamente recordando el momento en el que nos conocimos, cuando un amigo en común nos presentó.

-¿Estudias periodismo? –me preguntaste-. A mí me hubiera gustado hacer esa profesión. Me encanta el boxeo y, por eso, tengo un blog donde escribo crónicas de veladas.

-Aaaaaah, ¿¡en seeeeeeriooo!? –te contesté, sorprendida-. Pues, sí, estoy terminando la carrera de Periodismo y me vuelve loca. Estoy aprendiendo mucho y hacemos muchas prácticas… podría pasarme toda la noche hablando del Periodismo.

Nuestro primer encuentro quedó ahí… Ya no volvimos a saber nada el uno del otro... Pero meses después volvimos a encontrarnos y recuerdo que te enfadaste porque yo no me acordaba de ti… (“Yo, sin embargo, no te he olvidado. Aún me acuerdo, incluso, de que llevabas un vestido azul”)… ¡Ufff! El simple hecho de que me reconocieras eso hizo que me subieran los colores rápidamente a la cara. Tuviste que darte cuenta y, por eso, empezaste a hacerte el interesante. Así que cambiaste tu táctica de seducción y entonces, a pesar de admitir que te gusté desde ese día, comenzaste a mostrarte distante conmigo…. ¡Incluso eras grosero en algunas contestaciones que me dabas! –aunque no podías engañarme… sabía que tarde o temprano volverías a mostrarme tu verdadera cara y que te lanzarías a besarme.

Ahora estamos en tu coche (¡Vruum!, ¡vruum!), doblamos la curva (brummmmmm-mmmm…) y ya hemos llegado a la autovía. Siempre te gustó sorprenderme y llevarme a mil sitios diferentes: la playa, un pueblecito perdido donde estuviéramos los dos solos, un restaurante exótico… nos encantaba hacer cosas juntos… Siempre que teníamos tiempo libre, nos llamábamos o nos mandábamos un mensaje para planificar nuestro próximo encuentro… ¡Éramos tan felices!

Toc-toc, toc-toc… Llaman a la puerta y el ruido hace que me despierte. Mientras me dormí estuve soñando con el pasado que compartimos juntos… A veces lo echo de menos (snif, snif)… pero únicamente a veces.

FDO. La persona que más te amó en este mundo.

P.D. Esta carta te la dedico a ti… Es mi declaración de lo mucho que has significando para mí. Has sido el gran amor de mi joven y corta vida, el más importante (por el momento)… pero es mejor que esto nunca llegue a tu poder y que no vuelvas a saber nada más de mí (el pasado es mejor dejarlo tal y como está…).

lunes, 30 de enero de 2012

7 DÍAS

Nada como empezar la semana con música. Te activa y, encima, es sana, ya que no tienes que recurrir a la cafeína. La música es la sal de la vida. No se puede vivir sin ella. La música te hace recordar, te hace sentir, te hace ilusionarte… te transporta al mundo que más te guste, real o inventado. Tú eliges.


Otras te llevan a tu infancia, a una serie, a una película… momentos que fueron importantes para ti. Las identificas con un momento concreto, con una época concreta. Sientes nostalgia, pero no tristeza.

Las amistades… ¡también son tan importantes! No hay nada como hablar de tus cosas con tus amigas más especiales, echaros unas risas mientras compartís impresiones, diciendo disparates simplemente porque te apetece no parar ni un solo segundo de reír y hacer que ellas se rían contigo. Empieza esa competición incansable por ver quién es la primera que para porque le duele la mandíbula de tanto tensarla. La risa es la mejor terapia para cuidarte, estar en forma y tener salud.


Incluso en el trabajo, cuando te sientes desesperada y estresada porque la inspiración no te llega, ellas están ahí, sintiendo lo mismo que tú, y te sientes comprendida e identificada. Y entonces la inspiración llega, terminas y puedes irte a tomar un café… no, con la hora que es, mejor una cerveza.


Y te vas al bar con los demás compañeros, desconectáis y pensáis ya en el fin de semana que se acerca…


El domingo, día del señor, día del descanso. Te sientes desesperado porque ya no sabes lo que hacer: en la calle hace frío, no te apetece salir ni hacer nada, te aburres y echas de menos a tu gente. Pero al final, aunque pensabas que ese momento nunca llegaría, volvemos a estar a lunes y puede que esta semana sea, incluso, mejor que la anterior