Por fin llegó ese día que tanto estabas esperando. Él se acercó cuando estabas sentada en el banco descansando, esperando a tu amiga. Se quedó un rato contigo, hablando, hasta que al final te dijo: “¿te has enterado de la fiesta que hay dentro de dos semanas para celebrar el fin de los exámenes? Yo voy a ir. Espero verte allí. Hasta entonces.”
No te dio tiempo ni a reaccionar. Te quedaste un rato inmóvil como una estatua hasta que al final tu cerebro procesó la información. ¡Dos semanas! Aún faltaban dos semanas para volver a verlo. Pero todo era diferente. La diferencia era que él te había dicho que os ibais a ver y… ya no sólo eso, sino que ¡¡¡quería verte!!!. Esa noche te buscaría en la fiesta porque le apetecía encontrarse contigo. Estar contigo. Pero aún faltaba dos semanas. Catorce días. Muchas horas. Y muchos acontecimientos que podían darle a tu vida un cambio de 180 grados.
Esas dos semanas se iban a hacer interminables. Los minutos no pasaban. Las horas, mucho menos. Y aún seguían quedando muchos días para la gran noche. Tenías que entretenerte. Debías buscar otras distracciones que te hicieran olvidar la lentitud del paso del tiempo. Y al final lo hiciste.
Te centraste en tus estudios (te costó, pero tenías más fuerza de voluntad de lo que creías). Después de clase te encerrabas en la biblioteca a estudiar. Allí, al menos, tenías menos distracciones de las que puedes encontrar en casa. Ver a tantísima gente estudiando, además, te motivaba para hacer lo mismo. Y a los pocos días conocías las caras de todos. Erais siempre los mismos. Incluso a veces mirabas el reloj y pensabas “tiene que estar a punto de llegar el chico castaño que se sienta en la mesa que tengo a la derecha”. Y a los 10 minutos aparecía. Él también te había visto y te saludaba levemente con la mano. Recordaste entonces esa vez que salió a por un botellín de agua y te preguntó si querías algo. O en esa otra ocasión en la que te dijo que te merecías un descanso y si salías con él a tomar un café. La verdad es que era muy simpático. Y, a partir de ahí, aceptabas siempre que te lo decía sin dudar.
Una tarde, como ya era costumbre para ti, volviste a mirar el reloj. Pero el chico del pelo castaño no aparecía. Estuviste esperando impaciente, mirando sin pestañear hacia la puerta por la que tenía que entrar. Como si así consiguieses que fuese a venir. Pero no lo hizo en toda la tarde. “¿Y ahora qué hago?”, pensaste después de haber salido a tomarte el cuarto café de la tarde. Ese día regresaste a casa un poco avergonzada del comportamiento absurdo que habías tenido. No entendías por qué la presencia de ese chico era tan importante para ti. Miraste el móvil. ¡Tres días! Sólo faltaban tres días para la gran noche. Después de tanto tiempo esperando por fin ibas a encontrarte con tu chico. El del banco. Empiezas a recordar la conversación que tuviste con él, pero vuelven a tu mente imágenes de apuntes, de libros… de la biblioteca. Y ves de nuevo al chico castaño resoplando, pasando páginas, bebiendo agua.
Llega la gran noche. Estas con tus amigas y una voz a tus espaldas te sobresalta: “veo que al final has venido. Me alegro de verte”. Y ahí está. El chico del banco. Te está sonriendo, esperando tu reacción. Esperando tu contestación. Pero tú no sabes qué hacer ni qué decir. Por una milésima de segundo pensaste que era otra persona. Y te sientes un poco triste al comprobar que no es así. Te sientes incómoda. Nerviosa. Y, sin dudarlo un instante, te tomas de un trago la copa que llevas en la mano.
Te acercas a la barra a dejar el vaso. Y… ¡terminas viéndolo!. Un cosquilleo en el estómago te pone la piel de gallina y notas un pequeño vuelco en el corazón. Por fin da señales de vida. Es el chico de la biblioteca hablando con un par de amigos. Observas sus gestos, sus manos, su forma de hablar, de mirar. Y te sientes contenta de poder analizarlo detenidamente sin que él se dé cuenta. Al final vuestras miradas se cruzan y te asustas. Pero te recompones pronto y le saludas con la mano. Como él siempre te hacía cuando entraba en la biblioteca y te veía. Te sonríe como nunca lo ha hecho (o esa al menos es tu impresión). Y se acerca a ti…
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4 comentarios:
¡Qué entrada mas bonita!
Acabo de terminar mis tareas y al coger el ordenador lo primero que se me ha ocurrido es entrar en tu blog a ver si me encontraba con una entrada nueva y ¡¡sorpresa de lo más agradable!! veo que efectivamente hay una.
Conforme la leía, iba viviendo lo que narrabas.
No tengo palabras para decirte con qué sabor de boca tan agradable me voy a la cama.
Me ha encantado. Maravillosa. Enhorabuena y suerte con el chico de pelo castaño.
Un relato fantástico!.
Y los tres puntos suspensivos con los que terminas son un magnífico punto y final al relato.
Lo inicias a la espera de algo (que ella vea al chico del banco en la fiesta) y lo cierras cuando lo ve, pero todo eso lo has hecho ya saltar por los aires y has desviado totalmente el centro de la historia hacia otra historia paralela con la que, además, converge.
Me parece una historia genial. De verdad!!!.
Por cierto... Me sabe mal por el chico del banco, que aparte de no haberme hecho nada encima le ha invitado a la fiesta, pero si por casualidad ves a la protagonista de tu relato, yo le recomendaría que no dejara escapar al chico del pelo cataño (cuestión de olfato).
Después Dios proveerá...(o no).
Linda: me alegro de que te haya gustado. Muchas gracias
Parapaniplajo: si la veo se lo diré. ¿Te digo algo aquí en secreto ahora que no nos oye nadie? A mí también me gusta más el chico de la biblioteca :D
Muchísimas gracias por comentar. Un beso
Parapaniplajo: se me olvidó decirte algo importante que no puedo pasar por alto respecto a lo de los puntos suspensivos.
Si he aprendido algo como estudiante de periodismo es que, a veces, cuando pretendes contar algo (sea un noticia o un relato como es en este caso) como el narrador es el único que conoce todos los datos, puede omitir algunos que cree accesorios y que, sin embargo, son cruciales para entender lo que cuenta; o, directamente, puede dar hechos por sobreentendidos cuando en realidad no lo son. Por eso, cuando escribo algo, siempre intento que otra persona lo lea para ver si entiende lo que he escrito. Y esa otra persona que leyó este texto antes de q lo publicara fue la que me sugirió lo de los puntos suspensivos. Así que el "magnífico punto y final" se lo debo a mi madre :D
Una vez aclarado esto... muchas gracias de nuevo
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