El otro día se me ocurrió meterme en mi habitación a buscar un documento que necesitaba. Después de tanto tiempo… ¡a saber donde estaría!. Pero, como tenía que encontrarlo, revolví todos mis cajones en busca del tesoro perdido.
Para mi sorpresa, en la búsqueda tropecé con cosas que no esperaba: regalos de hace mil años, escritos míos de cuando era una cría que no levantaba dos palmos del suelo y un sin fin de cosas que no sabía ni que siguieran existiendo.
Pero lo que más me impactó fue encontrar un pequeño diario. En él me dedicaba a escribir 4 ó 5 frases de lo que me había pasado en el día y abarcaba un periodo de tiempo de casi un curso entero. Me puse a hojearlo sin poder dejar de sonreír.
Para mi sorpresa, en la búsqueda tropecé con cosas que no esperaba: regalos de hace mil años, escritos míos de cuando era una cría que no levantaba dos palmos del suelo y un sin fin de cosas que no sabía ni que siguieran existiendo.
Pero lo que más me impactó fue encontrar un pequeño diario. En él me dedicaba a escribir 4 ó 5 frases de lo que me había pasado en el día y abarcaba un periodo de tiempo de casi un curso entero. Me puse a hojearlo sin poder dejar de sonreír.
En otras partes del diario, sin embargo, recordaba lo que narraba como si hubiese ocurrido el día anterior. Mientras leía, mi mente se había trasladado a ese lugar y a ese momento.
Podía incluso acordarme de la ropa que llevaba, si estaba triste o contenta, si me dolía la cabeza o si me sentía más fresca que una rosa. Notaba el calor o el frío según la estación o época del año, las cosas que me convertían en la chiquilla más feliz del mundo y lo que me impedía centrarme en los estudios, en dormir, en comer… y hasta en respirar con normalidad sin sentir pequeños vacíos en la boca del estómago.
Mientras leía estas partes del diario, a un ritmo más lento y sosegado, mi mente se adelantaba a los acontecimientos. Sabía lo que iba a pasar a continuación y por eso, casi me sentía con la necesidad de viajar en el tiempo para avisar a la Laura adolescente de lo que estaba a punto de ocurrir.
Pero si eso pudiese suceder, si pudiese avisar a esa chiquilla de que lo que iba a hacer era una tontería y que le daba tiempo a actuar de una manera totalmente diferente, ese diario no tendría razón de ser. Automáticamente, desaparecería de mis manos para no existir o para ser el diario de una persona diferente. Y en cualquiera de los dos casos, la Laura veinteañera tampoco sería la misma y no tendría las escasas buenas y/o malas experiencias que hacen que mire el diario sintiendo algo de nostalgia.
2 comentarios:
¡Qué relato más entrañable de tu regreso al pasado!
Me gusta como lo has plasmado.
Besazos, rubia.
Muchas gracias, Mar. (Siento contestarte tan tarde, pero el verano es lo que tiene). Un besazo!!!
Publicar un comentario