Con motivo del seminario “Encuentro con el cuerpo diplomático en Madrid”, estudiantes de la UCAM nos desplazamos a la capital española para entregar a cada Embajador un obsequio y un diploma universitario de reconocimiento a la labor que realiza su Embajada.
Eran las 5:45 de la mañana y estábamos en la Plaza Circular. Nos habían insistido mucho con la puntualidad, para poder salir de la UCAM a las 6 en punto. Lógicamente, al final no sirvió de nada y el autobús arrancaba con 3 cuartos de hora de retraso.
Una hora y pico después llegábamos a Albacete para hacer una parada a desayunar. Justo cuando había encontrado la postura perfecta para dormir… ¡no hay derecho!. Como yo ya me temía, no pude volver a conciliar el sueño, así que intenté matar el tiempo viendo la película que nos pusieron.
Después de la sesión de cine nos repartieron los mapas con la ubicación de nuestras respectivas embajadas. A mi grupo nos había tocado la de Australia, que está en el Paseo de la Castellana. Como los autobuses paraban junto al Estadio Santiago Bernabéu solamente teníamos que coger el metro, que nos dejaba a unos metros del lugar. Mientras seguíamos con los estudios del plano enseguida nos dimos cuenta de que estábamos entrando en Madrid. Desde el autobús veíamos como empezaba a llover. Unas chicas gritaron: “¡está nevando!, ¡está nevando!”. Al mirar por la ventana vi que tenían razón. Por el cielo volaban pequeñas gotas blancas… caía aguanieve.
Al salir al exterior el frío y el viento me paralizaron. Mi primer pensamiento fue: “con lo a gusto que estaría yo en mi cama”; pero pronto me olvidé de eso. Noté como la “lluvia blanca” caía sobre mi abrigo, sobre la cabeza (que ya me había encargado de proteger con la capucha) y sobre mis manos enguantadas. Parecía una chiquilla. Miraba los copitos de nieve que se habían quedado entre mis dedos y observaba como lentamente se iban derritiendo, haciendo que el agua helada me traspasara la piel.
Pero todo esto tuvimos que olvidarlo pronto. En media hora teníamos que llegar a la Embajada. Teniendo en cuenta que decenas y decenas de personas tenían el mismo objetivo… ¡era imposible!. Al final tuvimos suerte. La máquina de los tickets de metro que sólo aceptaba el pago con tarjeta estaba con mucha menos cola y eso hizo que pudiéramos llegar a la estación “Begoña” a las 12:25 (nuestra cita con el embajador era a las 12:30); pero, como las cosas no podían salir así de bien, al final nos equivocamos y salimos por una boca de metro que nos dejaba a gran distancia de la Embajada. Preguntándole a la gente, luchando contra el viento y contra la fina nieve que había empezado de nuevo a caer y llamando por teléfono para avisar de nuestro percance, conseguimos llegar 20 minutos tarde, caladas hasta los huesos y muertas de frío.
El recepcionista no era muy simpático. Nos puso mala cara y sus formas no eran del todo agradables. Nos pidió los DNIs para hacernos una tarjeta con la que poder acceder a la zona de los ascensores. En esta zona, un guardia pulsó el número 24 y en la pantalla apareció la letra “P”. Teníamos que coger el ascensor que tuviera dicha letra para llegar a nuestro destino.
Una vez arriba, otro recepcionista (mucho más simpático, todo hay que decirlo) nos cogió nuestras pertenencias electrónicas y nos mandó a la sala de espera. “Enseguida saldrá una persona a recogeros y llevaros con el embajador”, fue lo que nos dijo. Allí, volvimos a comportarnos como crías. Desde un piso 24 se tienen unas vistas de Madrid impresionantes. El aguanieve que se veía caer era como motas de polvo, las mismas que surgen al sacudir un colchón que lleva bastante tiempo sin limpiar.
El embajador se portó muy bien con nosotras y nos dedicó mucho de su valioso tiempo. Fue muy educado y nos preguntó por la universidad, por nuestros estudios y nos estuvo contando con detalle la labor que ellos desempeñan.
Al salir de la Embajada, nos quedaban unas 3 horas y pico libres. Aunque el tiempo no nos acompañaba, nos daba de vez en cuando “un cierto respiro” para poder dar una vuelta por la ciudad tranquilamente (aunque, lógicamente, no todo cuanto hubiéramos deseado).
No obstante, disfruté de la experiencia y volver a estar en Madrid después de tantos años mereció la pena, a pesar del loco tiempo que tuvimos que soportar y el gran palizón de viaje en menos de un día.