"Todos los LUNES compartiendo mis sueños y pensamientos contigo"

domingo, 22 de marzo de 2009

EL CAZADOR

Llegó la temporada de caza. Todo está listo para el gran día. El cazador va más preparado que nunca. Lo suyo es casi como una adicción. Ya está contando los días, las horas y los minutos que le quedan para comenzar con su expedición.


Tras una larga jornada de búsqueda consigue ver a su objetivo. ¡Es tan apetecible!. El cazador contempla a la presa. La ve tan tranquila, tan elegante, tan bella. Lentamente coge su arma. La levanta despacio, como a cámara lenta... pero algo lo frena. Tiene al hermoso animal a tiro. Su dedo ya roza el gatillo pero, en el último momento, se arrepiente. Baja la escopeta y se esconde detrás de un árbol. No puede dejar de admirar lo que tiene delante. Por si acaso, sigue con el arma en la mano.


Mientras esto ocurre, la presa se ha percatado de la presencia de su cazador. Su instinto animal la hace permanecer alerta. Sabe que corre peligro. Ha visto a infinidad de seres queridos que han caído en manos de seres tan despreciables como el que ahora mismo se puede ver entre los arbustos que hay a unos cuantos metros de distancia. Sabe, por tanto, que su desconfianza es la única que la puede salvar de un destino parecido... pero algo da al traste con todo. Parece que ese cazador es diferente. ¡Podía haberla matado ya y no lo ha hecho!. El animal no puede evitar sorprenderse ante algo así. Puede que no sea como los demás... o puede también que el astuto cazador se esté guardando un as bajo la manga; pero, sea lo que sea, el instinto de supervivencia del animal queda relegado a un segundo plano.

domingo, 15 de marzo de 2009

PASA EL TIEMPO

Pasa el tiempo y la gente cambia. Puede que no te guste, que no seas capaz de asimilarlo o que simplemente las nuevas formas de ser no sean para nada acordes como tú habrías imaginado… pero eso no impide que la gente cambie. Tú, que siempre imaginaste que compartiríais los mismos gustos, las mismas preferencias, las mismas vivencias… pero para esa persona eso pertenece ya al pasado. Ahora ha crecido de forma diferente, acorde a su generación, y se interesa por otras cosas… cosas que ni en broma hubieses creído que pudieran gustarle alguna vez. Pero las cosas son así. Los tiempos cambian y todos somos diferentes. Es duro aceptarlo pero hay que hacerlo. Sobre todo, es duro porque son los inicios, porque ha sido un cambio muy brusco, de la noche a la mañana (o puede que en verdad haya sido un cambio lento y constante y que no te hayas dado cuenta hasta este momento, debido a pequeños detalles sin importancia que te han hecho abrir los ojos ante la nueva realidad).
Ahora, la sensación es como la que tendría una persona anciana: te quedas contemplando fotos, removiendo recuerdos, reviviendo situaciones… y una especie de nudo en la garganta no te deja ni llorar… aunque notas la vista borrosa porque los ojos se te han empañado. Tiene que ser así. Debes dejar que cada uno elija vivir como quiera. Tú lo único que puedes es aconsejar, pero la gran decisión está en la otra persona. A pesar de saber todo esto, sigues sin poder ni querer aceptarlo. Necesitas tiempo. Atar todos los cabos. Ver que no se va a estrellar contra la pared y que ha elegido el camino correcto… aunque sea diferente al que tú creías que era el más adecuado.

domingo, 8 de marzo de 2009

VIAJE A LA EMBAJADA DE AUSTRALIA EN MADRID

Con motivo del seminario “Encuentro con el cuerpo diplomático en Madrid”, estudiantes de la UCAM nos desplazamos a la capital española para entregar a cada Embajador un obsequio y un diploma universitario de reconocimiento a la labor que realiza su Embajada.
Eran las 5:45 de la mañana y estábamos en la Plaza Circular. Nos habían insistido mucho con la puntualidad, para poder salir de la UCAM a las 6 en punto. Lógicamente, al final no sirvió de nada y el autobús arrancaba con 3 cuartos de hora de retraso.
Una hora y pico después llegábamos a Albacete para hacer una parada a desayunar. Justo cuando había encontrado la postura perfecta para dormir… ¡no hay derecho!. Como yo ya me temía, no pude volver a conciliar el sueño, así que intenté matar el tiempo viendo la película que nos pusieron.

Después de la sesión de cine nos repartieron los mapas con la ubicación de nuestras respectivas embajadas. A mi grupo nos había tocado la de Australia, que está en el Paseo de la Castellana. Como los autobuses paraban junto al Estadio Santiago Bernabéu solamente teníamos que coger el metro, que nos dejaba a unos metros del lugar. Mientras seguíamos con los estudios del plano enseguida nos dimos cuenta de que estábamos entrando en Madrid. Desde el autobús veíamos como empezaba a llover. Unas chicas gritaron: “¡está nevando!, ¡está nevando!”. Al mirar por la ventana vi que tenían razón. Por el cielo volaban pequeñas gotas blancas… caía aguanieve.

Al salir al exterior el frío y el viento me paralizaron. Mi primer pensamiento fue: “con lo a gusto que estaría yo en mi cama”; pero pronto me olvidé de eso. Noté como la “lluvia blanca” caía sobre mi abrigo, sobre la cabeza (que ya me había encargado de proteger con la capucha) y sobre mis manos enguantadas. Parecía una chiquilla. Miraba los copitos de nieve que se habían quedado entre mis dedos y observaba como lentamente se iban derritiendo, haciendo que el agua helada me traspasara la piel.

Pero todo esto tuvimos que olvidarlo pronto. En media hora teníamos que llegar a la Embajada. Teniendo en cuenta que decenas y decenas de personas tenían el mismo objetivo… ¡era imposible!. Al final tuvimos suerte. La máquina de los tickets de metro que sólo aceptaba el pago con tarjeta estaba con mucha menos cola y eso hizo que pudiéramos llegar a la estación “Begoña” a las 12:25 (nuestra cita con el embajador era a las 12:30); pero, como las cosas no podían salir así de bien, al final nos equivocamos y salimos por una boca de metro que nos dejaba a gran distancia de la Embajada. Preguntándole a la gente, luchando contra el viento y contra la fina nieve que había empezado de nuevo a caer y llamando por teléfono para avisar de nuestro percance, conseguimos llegar 20 minutos tarde, caladas hasta los huesos y muertas de frío.

El recepcionista no era muy simpático. Nos puso mala cara y sus formas no eran del todo agradables. Nos pidió los DNIs para hacernos una tarjeta con la que poder acceder a la zona de los ascensores. En esta zona, un guardia pulsó el número 24 y en la pantalla apareció la letra “P”. Teníamos que coger el ascensor que tuviera dicha letra para llegar a nuestro destino.

Una vez arriba, otro recepcionista (mucho más simpático, todo hay que decirlo) nos cogió nuestras pertenencias electrónicas y nos mandó a la sala de espera. “Enseguida saldrá una persona a recogeros y llevaros con el embajador”, fue lo que nos dijo. Allí, volvimos a comportarnos como crías. Desde un piso 24 se tienen unas vistas de Madrid impresionantes. El aguanieve que se veía caer era como motas de polvo, las mismas que surgen al sacudir un colchón que lleva bastante tiempo sin limpiar.

El embajador se portó muy bien con nosotras y nos dedicó mucho de su valioso tiempo. Fue muy educado y nos preguntó por la universidad, por nuestros estudios y nos estuvo contando con detalle la labor que ellos desempeñan.

Al salir de la Embajada, nos quedaban unas 3 horas y pico libres. Aunque el tiempo no nos acompañaba, nos daba de vez en cuando “un cierto respiro” para poder dar una vuelta por la ciudad tranquilamente (aunque, lógicamente, no todo cuanto hubiéramos deseado).

No obstante, disfruté de la experiencia y volver a estar en Madrid después de tantos años mereció la pena, a pesar del loco tiempo que tuvimos que soportar y el gran palizón de viaje en menos de un día.