Las calles estaban desiertas. Sólo se veían las diferentes luces de colores que decoraban cada rincón con su fuerza indescriptible. Toda esa energía que él tanto añoraba. Hacía tanto tiempo que no podía pasear tranquilamente por su ciudad, teniéndola para él solo… que poder hacerlo en una noche tan especial como ésa le anegaba los ojos en lágrimas.
Pero pronto su soledad se vio interrumpida, molestada por una nueva presencia que durante un milisegundo le molestó. Hasta que llegó ella. La chica pasó junto a él como una exhalación, pero su contacto fue tan próximo que él se impregnó de su fragancia color de fresa. Sí, color. Porque mientras se alejaba, una aureola color rosa la envolvía y la hacía destacar entre todas esas luces de vivos colores que los acompañaban.
Aún no recuerda el motivo y puede que en cualquier otra circunstancia no lo hubiese hecho nunca… pero la llamó. Ella se detuvo, sin girarse, como esperando que él fuese a su encuentro. El chico no dudó en hacerlo y aceleró el paso hasta encontrarse a dos centímetros de distancia de ella; después, se quedó quieto. No sabía lo que hacer ¿Qué paso tocaba ahora? ¿Tocaba alguno? ¿No era mejor irse por donde había venido y olvidar esa…? Aunque estuvieron inmóviles los dos solamente unos cinco segundos, a ellos les pareció una eternidad. Y ella, por fin, giro sobre sí misma y se lanzó a sus brazos, abrazándolo con fuerza y rompiendo a llorar. Él notaba cómo su hombro se iba humedeciendo cada vez más y la sensación le secó la garganta, impidiéndole tragar saliva con normalidad. Nunca se hubiese imaginado una reacción como ésa. Con el pulgar y el índice de su mano derecha, le cogió dulcemente la llorosa carita por la barbilla. Con la otra mano sacó su pañuelo y pacientemente le fue limpiando las lágrimas. Ella le mostró una sonrisa, mezcla de agradecimiento, mezcla de tristeza y mezcla de pena por ese hermoso gesto de cariño que no creía merecer… ¡y mucho menos por parte de él! Y por fin se atrevió a mirarlo a los ojos, puede que también un poco intimada por él, quien aún tenía la mano en su barbilla y le obligó a alzar la cabeza. No necesitaban palabras. Todo lo que se tenían que decir se lo dijeron con esa mirada. Y atraídos por ese mágico momento, se besaron.
Y decidieron compartir sus soledades, caminando por las calles que ya no parecían desiertas. Se tenían el uno al otro. No necesitaban más compañía.
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