"Todos los LUNES compartiendo mis sueños y pensamientos contigo"

viernes, 30 de septiembre de 2011

D.E.P.

El lunes amaneció triste y solitario. Al menos, eso es lo que sintió mi corazón. Una de las mejores personas que he conocido en mi vida abandonaba este mundo para reunirse con todos los seres queridos a los que le tocó despedir hace años: sus padres… sus hermanos… su mujer. Él cumplió su ciclo con creces en esta vida que nos ha tocado vivir. Ahora, se ha convertido en una estrella más en el cielo, un puntito luminoso que, aunque parezca pequeñito, siempre inundará los corazones de todos los que le conocimos. Porque su naturaleza tranquila y noble y esos ojazos claros y luminosos nos conquistaron a todos durante sus 92 años de existencia.

Abuelo, mientras busco consuelo y fuerzas para hacerte un pequeño homenaje, dejó aquí el reportaje que te hice hace unos dos años y medio para la universidad, cuando hablé de tu experiencia durante la Guerra Civil española. Te quiero y siempre te querré. Descansa En Paz.


Él acaba de cumplir 90 años. Con casi un siglo a sus espaldas, ha vivido una guerra civil y una posguerra muy duras. Ha visto morir a todos sus hermanos, a sus padres y a su mujer. Ahora, disfruta de su longevidad en un piso de Murcia, cercano a las viviendas de sus dos hijos. Este cartagenero, que lleva dos años y medio viviendo en Murcia desde la muerte de su mujer, tiene algunas lagunas mentales propias de la edad; pero los detalles de su experiencia de la guerra civil los tiene grabados a fuego en su memoria y sigue emocionándose al revivir sus andanzas.

La etapa de la guerra.
En enero de 1936 terminó el bachiller. Pocos meses después, al iniciarse la Guerra, en julio del mismo año, empezó a movilizarse. Contactó con Don Juan Tudela, teniente coronel de Cartagena de las intendencias del Ejército y amigo íntimo de su familia, pero ya no quedaban plazas disponibles en el cuerpo encargado del suministro alimenticio y armamentístico del Ejército.

Unas semanas más tarde, el hijo del casero vecino suyo, Pedro León, como trabajaba de chofer se enteró de que si a Salvador le interesaba ser voluntario en la guerra tenía otra opción: hacer un curso de seis meses para formarse como “especialista armero de aviación” y después aprobar un examen. Al tener todavía 17 años y ser menor de edad tenía que inscribirse adjuntando un permiso de los padres.

Debido a las cosas de la guerra, que iban mucho más rápidas de lo previsto, obtuvo su título de armero cuando sólo llevaba algo más de la mitad de lo previsto en el curso (unos tres meses y medio de los seis convenidos). Le tocó entrar entonces en escuadrillas (grupos formados por unos 12 aviones normalmente), en el sector de bombardeo. Su función era controlar el correcto funcionamiento de las bombas y armas que llevaban en los aviones. “Hubiese preferido estar en las escuadrillas de caza, porque allí se trabajaba mucho menos”, confiesa entre risas.

Recuerda con claridad que en su escuadrilla les tocó trabajar con rusos. “Eran buena gente, pero se regían por las órdenes de sus superiores, quienes no les permitían entablar mucha amistad con nosotros”. A pesar de ello, añade que mantuvieron buenas relaciones y que se comunicaban gracias a un intérprete que, curiosamente, era una mujer.

Comenzó la guerra como cabo armero y según lo estipulado al año se le ascendía de categoría. Pero la guerra terminó justo cumplido dicho plazo.

Final de la guerra.
Al acabar la guerra le destinaron al Monasterio de los Jerónimos para la depuración política. Él se había visto obligado a estar en el bando republicano, a pesar de ser partidario de Franco. “No hicieron bien las cosas. Necesitaban colocar a la gente y nos ponían donde primero pillaban. Es muy duro tener que luchar contra personas de tu misma ideología política; pero fue lo que me tocó”.

Tiene muchos recuerdos de su experiencia en Los Jerónimos, ya que a pesar de estar solamente unos pocos días vivieron muchos acontecimientos: todo había sido arrasado por la guerra. Tan sólo se encontraba el edificio con algunas camas y rodeado de huerta. El Monasterio como tal había desaparecido, no quedaba ni un solo resto de símbolos religiosos y ellos tenían que defender el territorio conquistado. “Teníamos que bajar a Murcia a patrullar por las calles con nuestro fusil al hombro. No sabes lo que se siente cuando la gente te aplaude, te saluda y te vitorea porque te confunde con las autoridades”, dice mientras se le iluminan los ojos.

Su estancia en Los Jerónimos terminó porque se escaparon: “desde que comenzó la guerra sólo volví a mi casa una vez. Por ello, cuando me destinaron a Los Jerónimos me puse muy contento, ya que me encontraba más cerca de los míos; pero a los pocos días, como vimos que allí no nos controlaba nadie, decidimos abandonar y regresar por nuestra cuenta con nuestros familiares”.

Consecuencias de la guerra.
Una de las peores cosas que recuerda de la post-guerra es el pan negro que les daban para comer, lleno de una serie de ingredientes de muy dudosa calidad y procedencia. Pero la guerra era lo que tenía. Había que alimentar a miles y miles de personas. Por eso, piensa que una guerra civil es mucho peor que una guerra entre naciones: “En la Guerra Mundial, por ejemplo, sabes que si de un bando caen 500 personas del otro habrán caído aproximadamente las mismas; mientras que en un enfrentamiento civil, si mueren 500 republicanos y 500 franquistas en realidad son 1.000 pérdidas efectuadas y mil familias de un mismo territorio de las que hay que ocuparse” dice entre lágrimas.

En su caso concreto, también pasaron muchas calamidades. Tenían una ferretería familiar en el conocido barrio de “El Carmen” en la ciudad de Cartagena (que existió hasta finales del siglo XX) y tardaron cerca de un par de décadas en restablecerse económicamente por completo.

Pero no todo son penurias. Recuerda con alegría y emoción la sensación que lo embargó cuando vio por primera vez desde que empezó la guerra a monjas vestidas con sus hábitos, fuera de peligro después de lo que habían sufrido durante la persecución a la que fueron sometidas esos tres últimos años. Y es que, como buen cartagenero, siempre ha estado atado fuertemente al mundo procesionario de la ciudad, siendo actualmente el Mayordomo más antiguo de la Cofradía California.

2 comentarios:

Nany dijo...

No conocía el reportaje que le hiciste a tu abuelo hace dos años. Me ha gustado leerlo.
Para él ya brilla la luz perpetua.
Muchos besos

PARAPANIPLAJO dijo...

Hola, Laura.

Siento mucho lo de tu abuelo.
Yo creo que esa estrella de la que hablas queda dentro de uno, y su brillo se transmite en generaciones, como a él le llegó la de sus padres o la de su propio abuelo, que también murió, en esa cadena tan natural de vida y muerte en la que estamos y estaremos.

No sé si es el padre de tu padre o de tu madre; en todo caso estate por ellos: las pérdidas en el escalón directo del árbol genealógico afectan siempre de manera diferente. Espero que tardes muuuuchos años en comprobarlo, pero es así.

Estas situaciones acostumbran a tener un efecto inmediato, y posiblemente sea una demostración de ese brillo del que hablaba, y es que hace discriminar los problemas importantes de los que no lo son. Llegados a ese punto te hacen unir de una manera especial los lazos con los tuyos, que son los que siempre están y van a estar ahí. Te despoja de lo superfluo, de las tonterías que a veces acumulamos olvidando lo que es realmente importante y olvidando la cadena natural que te comentaba. Te enseña a quererte de una manera profunda. En realidad nos muestra la manera en que nos queremos, sin distracciones...

Un abrazo muy grande.