Y yo, obediente, abro la ventana, aún a riesgo de morir congelada. Congelada como el agua que veo volar por el aire. Saco la mano un segundo y compruebo que cae a ella cinco puntitos blancos.
Emocionados, bajamos a la calle, creyendo que ya podremos jugar con la nieve y hacer muñequitos. Pero la lluvia es escasa. Y en el suelo la nieve no llega a cuajar todavía. Muerta de frío, subo corriendo de nuevo a mi habitación. Otro día será. Sobre todo, viviendo en Wroclaw.
Pasan las horas y se hacen las 4 de la mañana. Y me levanto para correr la transparente cortina. ¡Cómo si sirviese de algo!. En el último momento me detengo. El paisaje es totalmente diferente al que antes había visto. Mejor dicho, diferente a todo lo que yo he visto en mi vida. Es lo que tiene vivir en una ciudad tan calurosa como Murcia. La repisa del balcón se ha vuelto blanca, los coches están cubiertos por una gruesa capa de nieve y la carretera se ha vuelto bicolor...
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