Te
he olido. Ha sido llegar a Madrid y te sentí. Imposible, sé que no
estás aquí. Y mucho menos en el mismo tren en el que yo he vuelto
de mis vacaciones. Puede que haya olido tu mismo perfume en otro
hombre con el que me he cruzado; o incluso a lo mejor la necesidad de
verte me ha jugado una mala pasada. Puede que ese sea el verdadero
significado de extrañar a alguien amado.
Cierro
los ojos y te veo, con tu sonrisa irresistible, mirándome
profundamente a los ojos, sin pestañear, porque sabes que eso me
excita demasiado. Me acuesto de lado en la cama y puedo notarte
detrás de mí, acariciándome suavemente el brazo, abrazándome con
fuerza, besándome en la mejilla suavemente hasta que me giro para
corresponderte al beso, más intensamente, más apasionadamente. Oigo
tu risa mientras camino por la calle… por nuestras calles.
Ahora
mismo también puedo escucharte. Tu voz es embriagadora, un bálsamo
consolador del que nunca quiero separarme. Apoyo mi cabeza en tu
pecho y oigo como retumba tu voz, el sonido de tus latidos golpean
suavemente en mi oído. El tacto de tu piel me reconforta, me
tranquiliza; adoro cómo me acaricias la cabeza, con una lentitud tan
dolorosamente placentera que consigues que me erice. ¡Ojala pudiera
tenerte así eternamente, conmigo!
Sigo
caminando y llego a nuestro sitio, donde solemos quedar. Nos veo
sentados en nuestro banco, ese que ahora mismo esta vacío, esperando
tu regreso… como yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario