El chico llegó y se sentó. Últimamente estaba más
nervioso que de costumbre. Miró el reloj en repetidas ocasiones, como si se
tratase de un tic. El segundero avanzaba muy lentamente. Se había vuelto a
adelantar.
El calor era sofocante. Decidió fijarse en la gente
de alrededor para tranquilizarse y hacer tiempo. Un grupo de chicos, a cierta
distancia, reía sin parar. Tenían cervezas y algunas bolsas de patatas. Uno,
seguramente el gracioso de la pandilla, era el que llevaba la voz cantante y no
paraba de hablar. Los demás soltaban carcajadas, como compitiendo por ver quién
reía más fuerte.
Más adelante había otro chico como él, solo,
esperando. Aunque al otro se le veía muy tranquilo enfrascado con el móvil. Lo
más seguro es que estuviera con algún juego o en medio de alguna conversación.
En el otro extremo estaban un chico y una chica. Se
fijo en ellos porque los dos parecían no conocerse. Aún no se habían dirigido
la palabra desde que los había visto. Se habían tumbado en el césped y los dos
estaban con los ojos cerrados, sumidos en sus pensamientos. La chica parecía
aburrirse y se puso a inspeccionar el móvil, aunque pronto lo dejó porque
tampoco le llamaba la atención lo que veía en él.
Otra pareja se puso cerca de ellos y empezaron a besarse.
El chico se puso de nuevo nervioso y volvió a mirar el reloj. Por fin era la
hora a la que habían quedado. Miró a su alrededor porque no sabía por dónde
llegaría la persona… hasta que la vio al fondo, acercándose a él, como envuelta
en un halo. Sonrió y fue a su encuentro.
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